Big Fish
2021
José Ignacio, Uruguay
Superficie Construida:
450 m2
Llegando a José Ignacio, se despliega una franja de viviendas de reciente construcción, asentadas sobre terrenos irregulares modelados por la cercanía a las dunas y la vegetación agreste. En este contexto natural privilegiado, la premisa del proyecto fue clara desde el inicio: preservar al máximo el entorno, minimizar el movimiento de suelo y elevar la arquitectura para abrirse al mar.
La casa se posa sobre pilares, separándose del terreno natural para generar el menor impacto posible. Esta estrategia responde no solo a una decisión de respeto por el entorno, sino también a una lógica funcional: liberar la planta baja, donde se ubican cocheras y espacios de servicio que se funden con la vegetación nativa del sitio. Por encima, la planta alta se proyecta hacia el paisaje, liviana, como suspendida.
La volumetría se plantea con una fuerte intención formal: una forma pura, horadada por un gran patio interior. Esta operación genera un sistema de espacios que alterna dormitorios y patios semi privados, que no solo aportan luz y ventilación, sino que también generan nuevas fachadas interiores y vínculos visuales. Así, el interior se convierte en un micro paisaje doméstico, donde los habitantes pueden verse incluso desde extremos opuestos de la casa, reforzando la noción de habitar compartido.
La organización funcional privilegia la secuencia social: comedor, estar, cocina y parrillero se alinean en un gesto horizontal continuo, conectados por un amplio deck que los recorre y los extiende hacia el exterior. Esta continuidad espacial responde a una búsqueda esencial del estudio: una arquitectura que dialogue con la naturaleza y propicie la vida al aire libre.
Big Fish
2021
José Ignacio, Uruguay
Superficie Construida:
450 m2
Llegando a José Ignacio, se despliega una franja de viviendas de reciente construcción, asentadas sobre terrenos irregulares modelados por la cercanía a las dunas y la vegetación agreste. En este contexto natural privilegiado, la premisa del proyecto fue clara desde el inicio: preservar al máximo el entorno, minimizar el movimiento de suelo y elevar la arquitectura para abrirse al mar.
La casa se posa sobre pilares, separándose del terreno natural para generar el menor impacto posible. Esta estrategia responde no solo a una decisión de respeto por el entorno, sino también a una lógica funcional: liberar la planta baja, donde se ubican cocheras y espacios de servicio que se funden con la vegetación nativa del sitio. Por encima, la planta alta se proyecta hacia el paisaje, liviana, como suspendida.
La volumetría se plantea con una fuerte intención formal: una forma pura, horadada por un gran patio interior. Esta operación genera un sistema de espacios que alterna dormitorios y patios semi privados, que no solo aportan luz y ventilación, sino que también generan nuevas fachadas interiores y vínculos visuales. Así, el interior se convierte en un micro paisaje doméstico, donde los habitantes pueden verse incluso desde extremos opuestos de la casa, reforzando la noción de habitar compartido.
La organización funcional privilegia la secuencia social: comedor, estar, cocina y parrillero se alinean en un gesto horizontal continuo, conectados por un amplio deck que los recorre y los extiende hacia el exterior. Esta continuidad espacial responde a una búsqueda esencial del estudio: una arquitectura que dialogue con la naturaleza y propicie la vida al aire libre.